Una extraña felicidad

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Felicidad se siente cuando se aguarda  y finalmente llega la primavera  observando al sol y a los  bellos destellos que producen los colores que se fijan en todas las flores. Con inigualable  ilusión,  el padre la espera sabiendo que con su sola tierna existencia  se unirán sus vidas. Y así llega mi hija , la primera,  secuestrándome el corazón sin pedir permiso y ocupando desde entonces un espacio vitalicio. Se entrecruzan destinos, mientras uno la disfruta tiernamente oliendo su piel suave y ausculta sus primeras miradas que concentran toda  la atención.

Sentirla dormir en el pecho uniendo calores,  como  ofreciéndole su más segura y dorada cuna , lo llena a uno de vibraciones y sentires espirituales que se alejan y añejan con los años, sin marchitarse por fortuna. Lo embargan,  acaso con igual sentir esquivo y fugaz de la vida misma, las preguntas e inquietudes para las que no se tiene más respuesta que la esperanza misma; que sea largo tiempo niña  de ojos curiosos que atraviesen jardines, bosques y palacios que sólo existen en los cuentos de las generaciones idas.

Así, acostada encima de uno , me horadaba el alma  la magia natural que hay entre  los géneros del binomio padre e hija y que  se confunden con los sueños más espléndidamente bellos que uno puede acariciar para ella. Inhala uno para siempre el deseo atemorizado que le sea todo dicha,  fantasía inherente a ese amor propio de nuestras limitaciones y que , hasta juzgado en el diván  de la arbitrariamente llamada postmodernidad,  ya huele a desuso y se presenta  extraño a las nuevas juventudes.

La relación se acoraza y camina de la mano conforme ella crece. Se intensifican sus miradas , necesidades y risotadas, propias de esa exuberancia maravillosa que tiñe y alegra  la transición de niña a adolescente. Se acentúan los impulsos y el padre la ve abrirse a la vida como una orquídea que la sigue sintiendo única como antes, pero que dejará de serlo con la perplejidad y velocidad del signo del día y de la noche.

También  experimentando, el padre de mi tiempo aprende y sigue extrayendo lecciones del vivir egoísta, protector y libre al mismo ritmo.  Forma de resistirse posiblemente y contradicción ésta, propia de quien en el fondo sigue descubriendo  nuevas maneras de amar. Pero ciertamente,  ya sin poder repetir  la alquimia de pieles juntas con la misma   intensidad y profundidad , que ahora tiende a ocultar, como cuando la abrazaba envolviéndola al cargarla antes de recostársela como si le perteneciera.

Y se multiplican y atropellan los días y calendarios, amaneceres y atardeceres hoy ya vividos, como el agua que ha surcado su camino, gestando plenamente la mujer que demasiado pronto despierta, que ríe, demanda, ama, llora y abraza midiendo la intensidad de sus gestos y sentires conforme sus propias experiencias.

Y el padre se despierta una y otra vez ; claro está, siempre después,   frotándose los húmedos ojos, tan sólo para corroborar lo que sabía desde siempre y que negaba  lúdicamente como el niño que esconde las manos llenas de dulces ante la tierna mirada materna.

Su hija ya camina y en su propia playa,  con la música poética del  mar que orilla, con la libertad de los pies descalzos y ahora con compañero a quien tiende la mano para unir sus vidas y volar en su  propio sueño, marcando rumbo y ritmo a su marcado estilo.

Se casa Camila, la mayor de las tres bellas orquídeas que atesoro, con igual amor y esperanza, en mi jardín con fuerza latiendo. Felicidad extraña la que siento y comprendo, acaso no sé qué primero. Felicidad por ella y por los suyos.  Es el fin de un binomio que la vida se encargó de regenerar naturalmente por su bien que habrá  de ser  el mío, y que en mi nuevo despertar, mientras la miro desde ahora como la acompaño pronto al altar, seguiré protegiéndola en mis sueños ya canos y maduros, atentos con porfía a la vida y a los míos.

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