Todo país con vocación de grandeza y hegemonía se considera una gran nación. Es el caso de la China milenaria y la de hoy, a pesar de haber librado decenas de batallas por variadísimas razones. O acaso, gracias a ellas, si interpretáramos al gran teórico de la guerra, Von Clausewitz.
El concepto de nación en China abriga factores que por siglos fueron desconocidos, ignorados o subvalorados por Occidente, pero que son su valiosísima fuente de inspiración espiritual para su construcción de poder.
El budismo que hace carne en grandes masas y la ética de Confucio más orientada, inicialmente, a los altos estamentos societarios, conjugan virtudes, artes y valores como vida, método y norte. Hoy, las máximas confucianas se confunden con el lenguaje y el vivir popular. Hay diferencias entre sí, pero para ambas cosmovisiones, el ateísmo no resulta una opción, conduce a la intrascendencia personal y al vacío inconducente como nación.
Si juzgamos por los resultados incontrastables de la política arquitectónica china y sus exponenciales proyecciones internas e internacionales, la fecundidad de sus valores, junto con la inmensidad de su territorio, de sus llanuras centrales y su ubicación absolutamente estratégica en el mundo, hacen que la trágica y espectacular caída de Chiang Kai-Shek , déspota sangriento y curiosamente poeta, y la aparición de Mao Tse Tung como líder espiritual y caudillo vencedor, elevado a categoría divina, sean un capítulo del forjamiento de un destino oriental manifiesto.
Del estado agrícola milenario a la condición de potencia industrial en asombrosa expansión, China está procesando enormes transformaciones. La más importante, y menos conocida, es la mutación lenta y progresiva de su cúpula partidaria, antes ideológica, hoy centrada en la gestión, basada en una matriz de alta ingeniería política nacional, regional y global. Allí se procesan los planes para acortar enormes brechas internas dada la inocultable aspiración de casi un billón de chinos, que alejados del cemento y del consumo, desean ser partícipes del progreso inusitado sin precedentes.
En política exterior ejecutan, desde la histórica visita de Kissinger ejecutando su política de distensión, relaciones de poder duro, coetáneamente con dos ejes de enorme influencia en su zona, la hoy Rusia y su poder militar y el Japón como gran abastecedor de productos y servicios sofisticados. La alianza chino-soviética es parte del pasado en tanto formas y actores, más no en intereses a veces compartidos conforme se presente el ajedrez geopolítico.
Este neonacionalismo tiene poco del observado por la entonces potencia holandesa que creo en el siglo XVIII las famosas Compañías Comerciales Orientales y Occidentales y que despertaron celos británicos, franceses y españoles, principalmente. Entonces China estaba fragmentada dentro sus propias fronteras, actualmente es una fuerza unitaria con vocación de liderazgo indiscutible en todos los campos principales del quehacer humano. Quiere ser y estar.
Estados Unidos siempre prefirió, hacia ella, la diplomacia silenciosa. Acaso en razón de no mostrar las tendencias no recíprocas y porque el neonacionalismo chino no muestra fisuras que otros quisieran ver en el gigante asiático. La creciente “occidentalización” de China no debe prestarse a equívocos. El mercado y las finanzas, descubrimiento útil para su post marxismo de los últimos 30 años, resultan una palanca formidable de dominio y negociación, según sea el caso y la necesidad.
Ahora bien, China no está sola en el barrio. Donde antes carecían de libertades, hoy florecen, a su manera, democracias. Paquistán, Indonesia e India, entre otros, también buscan una nueva correlación de fuerzas en las cambiantes y multipolares relaciones internacionales. No por azar, la potente diplomacia china despliega todas sus herramientas. La visibilidad del presidente de turno, novedad en sus esquemas culturales, y la ocupación de espacios mayores en todos los foros internacionales, dentro y fuera de las Naciones Unidas, es incontrastable. Conocer algo más de China es comprender el futuro.
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