El juicio político a Trump

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Este miércoles, la Cámara de Representantes aprobó la entablar al presidente Trump un juicio político. Es el impeachment  de los Estados Unidos, que también se puede traducir como “acusación”, “proceso de destitución” o “juicio político”.

Todo ello ocurre en el marco de una sóla constitución que, con muchas enmiendas, rige desde más de 230 años y con un régimen bicameral muy bien delimitado.

Tras una investigación y declaraciones de ex colaboradores, Trump está acusado de dos cargos:  Abuso de poder por haber presionado a Ucrania —congelando ayudas militares incluso— para lograr que anunciase investigaciones sobre su rival político, Joe Biden, y el hijo de este, Hunter, (mientras el padre era vicepresidente.  Biden puede ser el candidato demócrata a la presidencia el próximo año); y obstrucción a la justicia durante la investigación por haber “boicoteado la investigación sobre el caso. “

Por carta de Trump un día antes de la votación le dijo a Nancy Pelozzi, líder de los demócratas en la cámara de representantes: “Usted ha devaluado la importancia de esa palabra tan fea, impeachment”. El mandatario acusó a Pelozzi de haber declarado “una guerra abierta contra la democracia en Estados Unidos” y ella consideró la carta “ridícula” la carta del presidente. Aquí nos detenemos un momento. El lenguaje y la agresividad en las alturas del poder de la Casa Blanca, casi no tiene precedentes en el último siglo. Habría que bucear para encontrarlos.

La decisión en la Cámara de Representantes fue adoptada  por 230 votos a favor y 197 en contra con una mayoría de congresistas en la Cámara de Representantes de USA dominada por el Partido Demócrata.  Como era de esperar, ningún miembro del Partido Republicano de Trump votó a favor de proceder con el impeachment o juicio político.

En la otra orilla, casi todos los representantes votaron en conformidad con los lineamientos de sus partidos. La excepción fueron dos demócratas que votaron en contra de la primera acusación y tres que se opusieron a la segunda acusación.

Como era de esperarse, Trump sigue azuzando el fuego: en un mitin en Michigan quiso golpear en el plexo del partido que le disputará la presidencia en noviembre del 2020 afirmando “esto es un suicidio político del Partido Demócrata” y “la izquierda radical en el Congreso está consumida por la envidia, el odio y la ira. Tratando de polarizar, lo que usualmente logra, tildó de locas a las mujeres opositoras, de cacería de brujas, golpe de Estado y demás condimentos.

Ahora el juicio continuará en el Senado a partir de enero próximo. Es un proceso singular y muy interesante, visto desde nuestra política “otoronga”, porque en el Senado se incorpora un tercer componente propiamente judicial. Preside las sesiones y el juicio el presidente de la Corte de Justicia, lo cual garantiza que prevalezca el debido proceso lógica jurídica, la doctrina, la jurisprudencia al respecto y no se impongan los votos porque sí. Ese es el espíritu de esta singularidad en un juicio político, pero la realidad política suele ser otra.

Un grupo de representantes actúan como fiscales y los senadores actúan como jurado.

Si es hallado culpable, se necesitan dos tercios de los senadores para destituir al presidente.

Dado que el Partido Republicano tiene 67 miembros de 100, vale decir mayoría, es muy improbable que prospere la destitución de Trump. Se deberían voltear al menos 20 senadores y eso abriría fisuras en el partido que se trasladarían en cada uno de los estados confederados. A nadie le conviene.

Así, estamos frente a un presidente se convirtió en el tercer presidente en la historia de Estados Unidos en enfrentar un juicio político. El más reciente fue Bill Clinton, el 42º presidente de EE.UU.

En diciembre de 1998, la Cámara de Representantes a favor de enjuiciar a Clinton quien fue procesado tras ser acusado de perjurio en frente de un gran jurado y de obstrucción a la justicia, después de que mintiera sobre la naturaleza de su relación con la pasante Mónica Lewinsky y supuestamente también le pidiera a esta que mintiera.

Para esa época, el nivel de aprobación popular de Clinton como presidente era del 72%. Cuando el caso llegó al Senado, en 1999, la acusación estuvo lejos de conseguir los dos tercios de votos que necesitaba para prosperar.

El otro presidente de EE.UU. llevado a juicio político fue el presidente número 17, Andrew Johnson, quien ocupó el cargo por dos períodos a partir de 1865. Fue procesado por la Cámara de Representantes en 1868, solo 11 días después de que destituyera a Edwin Stanton, su “ministro de Guerra”, quien no estaba de acuerdo con sus políticas.

No todos apreciaban a Johnson, pero el senador por Iowa James Grimes justificó su apoyo al presidente diciendo: “No puedo aceptar destruir el funcionamiento armonioso de la Constitución solamente para que nos podamos deshacer de un presidente inaceptable.

Jonhson no fue destituído. ¿Y cómo hizo Nixon para evitar un impeachment?,

Renunció!. Resulta evidente que todo esto, no solo construye historia de dicho país, también se observa con creciente ojo visor, que lo que ocurre en una parte, influye en algún sentido en otra parte de esta globalización fragmentada en la naciente Era Disruptiva.

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